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El anciano se desvincula de la sociedad por el deterioro de su sistema nervioso. El hombre que no vive en sociedad experimenta una muerte que no precisa certificado de defunción. Es por el decremento de sus funciones intelectuales, afectivas y volitivas que el anciano -aún independiente- se convierte en un paria social. Poco hacen para ello la artrosis, la bronquitis, la disnea invalidante o sus problemas urinarios. El ritmo lo marca su estado mental.
La misma exquisita especialización del tejido nervioso lo hace tan noble como frágil. El envejecimiento normal y las enfermedades aceleran su decadencia.
Hemos tratado de confeccionar una obra tanto gerontogeriátrica como neurológica. El equilibrio no es cosa fácil. Apuntamos siempre hacia el conocimiento terminado y evitamos las especulaciones, aunque buena parte de ellas son insalvables. Los dibujos, diagramas y cuadros tienen la intención de agilizar el texto.
Sin la idónea colaboración del Prof. Juan Carlos Fustinoni -autor de tres capítulos- no hubieramos arribado al final. Vaya nuestro reconocimiento a su esfuerzo y asesoramiento.